En estos tiempos he vuelto al gimnasio. Uno quiere, todavía a los cuarenta,
sentirse bien, estar sano, bajar la barriga. Tras este saludable retorno,
siempre hay, sin embargo, una que otra cosa que no resulta tan placentera. Hace
poco tuve la experiencia de experimentar la patria bully. Me explico. El asunto es que el fin de semana me encontré en
el gimnasio con un señor de unos sesenta años, bien vestido en su variante
deportiva, canoso, grueso y con sus cauchitos bien puestos a pesar del esfuerzo. Un señor normal y corriente, que
lucía próspero y sudoroso del buen ejercicio. Pero lo más importante de este
señor era, pronto lo descubrí, su actitud chévere ante la vida. Chévere sí: sin peteción de por medio, le indicaba a otro señor cómo hacer un ejercicio correctamente. Chévere sí: se sabía todas las canciones de Journey y de Boston que sonaban en el
canal de DirecTv. Chévere sí: le decía a una dama, que nunca supe si era una
señora con pinta de muchacha o una muchacha con pinta de señora, que estaba muy
bonita, que estaba bella, que se veía feliz con todos los kilos que había
rebajado. El señor, se notaba, quería ser o era, a todas luces, el macho alfa,
el líder de la manada, el galán del sitio. Y yo, por supuesto, no escapé del dominio del señor. En
cierto momento me vio y me dijo que yo parecía un mosquetero. Y es que (quien
me ha visto lo sabe) en estos días cargo un corte de barba muy, realmente, a lo
mosquetero de cine. Pero este señor me lo dijo gritado, con una sonrisa
maléfica de oreja a oreja y viendo a la muchacha señora o la señora muchacha.
«De verdad, chamo», me decía, «te pareces a Dartañán… Chamo, eres igualito…»
(Que quepa el paréntesis: no hay palabra que odie más en el mundo que la
palabra chamo). Yo, por mi parte, me limitaba a asentir y a darle las gracias al
señor (a uno se le ocurren las mejores respuestas tres horas después, ¿no es
cierto?). Pero el tipo insistía, y me lo volvía a decir, una y otra vez, como
midiendo mi aguante. En una de esas hasta me dijo que la barba se me veía muy
bien, que no era joda, ni tampoco una cosa gay (así lo dijo, una «cosa gay»),
asumiendo con esto que lo de ser gay es una horrible aberración, y dejando en claro que él no
era gay y yo tampoco (desde mi humilde punto de vista, esas insistencias con la
«cosa gay» son siempre sospechosas). Total que volví a dar las gracias por
trigésima vez, pedí permiso y seguí haciendo mis ejercicios. El señor, este
señor como de sesenta años que era muy chévere, mantuvo su charla con la muchacha
señora o la señora muchacha, y luego, ya de salida, gritó a todo dar en la
puerta, cual muchacho de bachillerato: «Dartañán al ataqueeeeeeeee…»
Es decir, mis queridos amigos, después de todos estos años, luego de haber
superado el liceo y sus vicisitudes, a mis 43 años, nada más y nada menos que a
mis 43 años, me encontré otra vez con un bully.
Con un bully chévere de gimnasio.
No sé, me van a disculpar, pero hay una forma de ser chévere del
venezolano, que en su cheverismo o en su cheveridad, tiene un marcado
componente de violencia. No sé, a mi eso de que el venezolano es chévere, nunca
me ha convencido, y mucho menos el chévere de gimnasio.
Jajajajaja ay pero que bueno!
ResponderEliminarjajaja que buen razonamiento, esta chevere...jajajajaj
ResponderEliminarexcelente, la primera manera de conocernos es reconocernos, cierto eso de la cheveridad violenta.
ResponderEliminarLo fueras caío a coñazo más bien.
ResponderEliminarHe notado en muchas personas mayores de 60 años que vuelven a la etapa de adolescentes, se creen niños en todos los sentidos emocionales !! Como Macho Alfa, creen que son capaces de levantar a una carajita, incluso; dejan el hogar para aventurar...
ResponderEliminarMuchas personas cuando llegan a los 60 años, llegan a un periodo de transformación patológica, se creen unos carajitos capaces de levantar a una señorita, Esta personas de tercera edad se creen adolescentes y se han vistos casos que dejan su hogar para vivir de nuevo la etapa juvenil....
ResponderEliminarMuy bien, estoy de acuerdo con el último párrafo.
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