Por Alberto Hernández
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Sí, en efecto,
se trata de un manual de lectura al estilo Fedosy Santaella. Así como nos llevó
de la mano para ser testigos de diversos crímenes en Piedras lunares (Ediciones B, Caracas 2008), ahora intenta otra
maldad: provocar desequilibrios emocionales en quienes osen meter la nariz en
estas casi doscientas páginas. En todo caso, es un manual de maldades ingeniosamente
construidas, verbalmente reveladas con la intención de que el lector se deje
enamorar, chantajear y hasta alucinar por quienes levitan en estas hojas que
Santaella, una vez más, ha creado para felicidad de algunos gustos, tan
alevosamente enfermizos como el mismo narrador que los retrata. Estamos frente
a una inteligencia muy peligrosa, delicadamente peligrosa.
Es decir, usted,
inocente lector, mira con ociosa manía los cinco pasos para llegarle a este
libro: 1) Empiece por este introito
delirante (y esperemos que no salga corriendo); 2) Siga con estas historias realistas; 3) Dispóngase a disfrutar de
este interludio (aproveche y rece por nosotros); 4) Ahora prepárese a padecer
esta “libreta del no sé qué”; 5) Contemple una pintura de Malevich y luego
léase estos “cuentos descabellados”, y 6) Cierre el libro antes de que el libro
lo muerda. Gracias por leer, amén.
Cada paso
contiene un lote de historias, unas interconectadas a través de personajes
comunes, otras ligeramente alejadas y tras otras que navegan en la soledad de
tramas y dramas muy particulares, remotas.
Es decir, el que nos convoca a
seguir el laberinto, una voz intrépida, ásperamente imaginaria, travestida en
narrador que se sale de las historias y nos quiere involucrar en la realidad,
sólo que el lector ya está atrapado por la ficción. Ya es ficción. Digamos que
desde esta trampa, desde esta perspectiva, Fedosy Santaella nos invita –
sospechosamente amable o amablemente sospechosa- a caer en una celada. Pero nada,
somos ficción y como tal seguimos atados al contenido de un libro que se lee
con el concurso del mismo autor, quien nos guía, solícitamente, por los caminos
de esta larga lista de minirrelatos y cuentos de cierta extensión.
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Contador de
historias como se define, Santaella ha escrito un libro donde el humor escuece,
pica, hincha y deshincha, muele cánones y se deshace de las bufandas de ciertas
posturas intelectuales. Son historias torcidas, absurdas, cínicas, irónicas,
cómicas, dolorosas, insensibles, sensibles, insidiosas, retrecheras, amables,
alocadas, creativas, insistentes, incorrectas, conspirativas, dañosas,
curativas, demenciales, deletéreas…son historias que reconstruyen al lector. Lo
hacen de nuevo. Y también lo desfiguran. Se trata de relatos, cuentos y chismes
que alteran el ánimo, lo inflaman y lo apostillan. Son cuentos que podrían
servir de testimonios culposos. Cuentos de alcoba, de salón, de baños, de
aceras. Cuentos sin rubores. Testimonios sin pelos en la lengua.
Uno de los
inquilinos de esa imaginación afiebrada,
de esa máquina de inventar llamada
Fedosy Santaella, es Sinseso, un personaje que aparece y desaparece del
mapa narrativo, un personaje que no pega una nunca. El típico fracasado. Un
sujeto imposible muchas veces. Y tan real la mayoría de ellas, porque en este
mundo hay de todo, tanto que existen estas Instrucciones
para leer este libro (bid & co. editor, Caracas, 2012 ) como si se
tratase de una modernísima versión del Manual
de Carreño al revés y del libro Mantilla
más al revés pero sin abecedario. Pues bien, sí, ciertamente, es un libro
de mal comportamiento, mala conducta, como dicen, no bien recomendado. De
dudosa reputación. Y quien ose leerlo debe tener en cuenta que el corazón
también falla. No; no se trata de un novelón. Es que el libro se las trae y lo
demás es cuento chino, aunque sí, hay un cuento de chino.
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Para muestra,
dos botones, leamos:
“-Te advertí que
te amaría hasta la locura –dijo A sonriente.
-Sí, hasta mi locura- respondió B, y se lanzó por
la ventana”.
El tipo no
respeta, definitivamente. Es un libro loco, como deben ser los libros
inteligentes. Como deben ser los libros felices, los que sirven para llevar a
todas partes.
He aquí otro:
“Una vez que
hubo pasado el berrinche del niño, ya en la fase del puchero con gimoteos, la
madre se acercó a consentirlo, a mimarlo y a limpiarle los lagrimones que aún
le quedaban. El niño apartó las manos adultas y dijo:
-Mami, no me
quites las lágrimas, que aún las estoy usando”.
Si usted, amigo
lector, no ha quedado convencido, busque el libro y verá. Eso sí, siga las
instrucciones al pie de la letra.
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Y para cerrar la
puerta, usa este llavero:
“Y no se olvide
de esta frase reveladora:
Men are born ignorant, no stupid;
they are made stupid by education”,
palabras que
encajó por ahí don Bertrand Russell.
En todo caso, en
este libro hay muchísima educación (aunque usted no lo crea), sólo que quien no
lo sepa se tropieza con su propia ignorancia, que puede rayar en la estupidez.
Por esa razón, créalo, la educación conduce las más de las veces a la
estupidez. Y a la ignorancia.