Por Ricardo
Ramírez Requena
Mary
Shelley, al escribir Frankenstein, reconoció la influencia de Milton en su
obra. Apenas iniciada En sueños matarás,
en la página 28, Fedosy Santaella nos dice los títulos de la biblioteca de la
Mansión, de la Casona, lugar central de la obra. Más de ochenta títulos son
mencionados. Nombres como los de Poe, Borges, Cortázar, Bioy Casares, Mutis,
Carroll, Conan Doyle, Baudelaire, Kobo Abe, Rimbaud, Rilke, Kafka, Bierce,
Carrington, King, Sade, Julio Garmendia, Israel Centeno, entre tantos, son
mencionados. Algunos autores aparecen con varios libros. Estos conforman las
lecturas de la Biblioteca de la Mansión. Estos conforman las venas y arterias
que la narrativa de Santaella recorre, hecha sangre, por el cuerpo de la
novela.
En sueños matarás es la mejor
novela, hasta ahora, de Fedosy. Quienes han leído su obra, sus exploraciones
múltiples, saben que él es un escritor incómodo. Lo es, porque es un aguafiestas.
Un titiritero. Un bufón. Hablo de estas características en el mejor de los
términos. En la obra de Santaella rastreamos a Aristófanes, Petronio, Villon,
Rabelais, el Lazarillo y toda la picaresca, Cervantes, Jonathan Swift y
Lawrence Sterne, Maupassant. La literatura de Fedosy está contaminada de
tradición, pero, siguiendo a Pound y Eliot, esta tradición se convierte en algo
nuevo, para una nueva sensibilidad y gracias a una forma proteica que piensa en
sus lectores, pero que no deja de retarlos constantemente.
Cada libro
de nuestro autor ha sido así: parece lo que propone (novela histórica,
literatura negra, comic, pastiche, folletín), pero siempre es mucho más. ¿A
quién se le ocurre escribir una novela histórica y mezclarla con el folletín?,
por ejemplo. Fedosy no cree en los
“grandes temas”, cree solamente en la sacralidad del lenguaje; Santaella no
reniega de ninguna forma, ningún género, todo lo contrario: se revuelca
plácidamente con las “formas menores”; toma las mayores y las aplasta.
La novela
que presentamos es la mejor de Fedosy, hasta ahora, repito. No dudo que en un
futuro haga más hermosos desastres. La épica de un juguete, por ejemplo: la
tragedia de un chigüire y una lapa; la epopeya de la hipermodernidad de la que
habla Lipovetsky.
Dividida en
varias partes (El amanecer del tiempo, Caída al amanecer, El bufón inexistente,
por citar algunas), está escrita sin capítulos y en tandas breves y
densas. El sueño, la imaginación, la
fuerza de la lectura son su sustento; el sexo, el erotismo, también. Lo primero
define lo inmortal en el libro; lo segundo, aquello contaminado de tiempo. Lo
que los une, es la palabra.
El cadáver
de un mayordomo, la llegada de un detective a una Mansión habitada por
inmortales liderado por un Pantocrátor, nos da la bienvenida como lectores a
aquello que debemos resolver a lo largo del libro. Antes, hemos entrado a través de primeras
páginas en ambiente. Resolver la muerte del mayordomo nos lleva a intentar
resolver preguntas más complejas: ¿qué define al lenguaje?, ¿qué es más
importante, el sueño o la realidad?, ¿la poesía va más allá del lenguaje?, ¿la
imaginación nos hace inmortales?, ¿la sexualidad es solo tiempo o algo más?
Desde los grandes románticos, estas han sido preguntas centrales de la
modernidad. Resolverlas, todavía es tarea actual. Solo el intentar resolverlas nos llevará
quizá a saber quién mató al mayordomo. Estos debates se encuentran a lo largo
de la novela. Nos dice Marilyn, la erótica rubia:
Aquí nunca hablamos de literatura-dice ella-.
La literatura es una forma mediocre de inmortalidad,
una forma barata de hacer escapar el cuerpo, y por ende, no nos rebajamos a su
uso. Los narradores, los poetas, son tal solo una cofradía de fatuos que
desesperan por hacer perdurar su nombre concibiendo utopías de papel sostenidas
apenas por la mezquindad de la palabra.
Yo creo en la poesía, dirá
Adina. La poesía es verdad pura, ¿y saben
por qué? Porque la poesía no cree en el lenguaje. La poesía sabe que el
lenguaje es insuficiente, y por eso juega con él, lo liquida y fractura sus
reglas, a la búsqueda de la verdad, de la verdad pura que está en lo que se
calla.
Un elemento
central recorre En sueños matarás: el
Jazz. La huella de Monk, de Davis y, ante todo, la de John Coltrane. Más que un
fondo musical, hablamos del esqueleto de la novela. Huesos y huesos hechos de
teclas y notas de trompetas, de saxofón, muerden con fuerza el ritmo de un lenguaje
suntuoso, sensual, sexual, lleno de humo, de sudor, de noche, de extraños
olores, de luz de luna. Cada noche se repite la ceremonia de la orgía: la de la
carne y la del lenguaje. Obra narrativa que le debe mucho a Sade y Bataille
(“El sexo es un anhelo de eternidad que muere en el orgasmo”), uno no deja,
como lector, de ser John Malcovich en la película sobre John Malcovich. La
Casona, esta Mansión, somos nosotros mismos en lo más secreto de nosotros
mismos.
Octavia,
Lulú, Marilyn, Cósimo, Edmundo, por mencionar algunos de los habitantes de esta
casa, somos nosotros mismos. Para hacerlo más aterrador, Fedosy nos presenta al
Bufón, quien pareciera es quien narra la historia. De un Bufón, nunca se sabe
qué es realmente cierto, ¿no?, ¿hay palabras suyas en las bocas de estos
personajes? Cuando encontramos frases como esta, por ejemplo:
El mundo de las hadas y los elfos es
estúpido, de mal gusto. El Lladró es la peor representación de tal bagatelas,
de tales ripios de la imaginación. Lo siento por mi madre, por su memoria, pero
es así.
O como esta:
La realidad es una tramoya, señor detective,
y toda tramoya acepta a la imaginación como verdad absoluta,
Debemos
revisar nuestros dedos y hombros y comprobar si no hay unos hilos conectados a
una base que alguien, sonriente, domina. O si soñamos con una Madame hermosa y
en nuestros sueños nos revela cosas, quizá terribles. ¿Hay un televisor en
nuestra cabeza, cuando leemos este libro, que nos muestra lo que leemos en esta
novela, en blanco y negro? Obra llena de alegorías y símbolos, imágenes
engañosas y realidad insomne, En sueños matarás es un libro en donde el
lenguaje, el arte de Santaella, alcanza sus mayores alturas; donde íconos de la
modernidad, veladamente o no, se vinculan unos con otros a través del orgasmo
carnal y lingüístico; donde la noche, lo laberíntico, y la exigencia, demandan
al lector el olvido del mundo para leer este peligroso texto.
Porque este
texto es peligroso, recuérdenlo. Me atrevería a decir que si es usted
arriesgado, no lo lea. El golpe podría ser el de la jauría de la risa. O el del
juego aterrador del bufón. Usted verá. Pero usted, puro, inocente, pusilánime
lector, no deje de leerlo. Usted, lector, purista, lo necesita más que nadie. En palabras del detective:
La orgía, la ,masturbación, el cuerpo, el
maquillaje, la máscara, la literatura, la utopía, la música, el zen, los
recuerdos, la infancia, el crimen, el poder corrupto, el dinero, el azar, el
vampiro, el ocio, la locura, la ebriedad, las drogas, el lenguaje, la
imaginación, la mentira, son apenas ensayos mínimos de la inmortalidad.
Ven, lector:
te esperamos en la Casona.
No temas:
esta noche te visitará la Madame. Es decir, el triunfo mayor de lo mejor de los
hombres: la literatura.