Hace unas cuantas décadas atrás hubo una señora del interior del país que
trabajó para un político de alto rango. Estuvo con la familia de ese político
muchos años, y ellos la ayudaron a construirse una casita en Petare. La señora,
cuando ya llegó el tiempo de su vejez, se volvió a su pueblo y se quedó a vivir
en la casa familiar que había sido de su madre; allí todavía vive. La casa de
Petare quedó para los hijos: una hembra y un varón. La casa, como suele ocurrir
en estos casos, fue creciendo hacia arriba. Encima del techo construyeron otras
habitaciones y encima de esas habitaciones otras habitaciones. La original, la
de la planta baja, se la quedó la hija de la señora. Allí la hija montó un
comedor popular auspiciado por el gobierno revolucionario. El comedor casi
nunca abre, pero la hija, ya una señora, igual cobra. Cobra ella, cobra su hija
y cobra una comadre de ella, las tres como trabajadoras y encargadas del
comedor solidario. Los alimentos que,
sin mayor control, les manda el gobierno (las papas, las cebollas, los tomates…),
la señora los vende a los vecinos y así
se mete aún más dinero. La señora, por supuesto, adora al gobierno
revolucionario y adora, sobre todo, al Presidente Chávez. No hay comedor, no se
trabaja, pero hay dinero. El hijo de aquella doñita del principio de la
historia, es decir, el hermano de la encargada del comedor solidario que adora
al Presidente, estudió enfermería. Se esforzó muchísimo y hoy día trabaja en
varias clínicas, para más o menos mantenerse. Este señor vive en uno de los
anexos superiores de la casa original. Es muy trabajador y todo lo que tiene lo
ha conseguido a fuerza de empeño, como por ejemplo, su flamante carro, que no
era nuevo pero estaba en muy buenas condiciones al momento de la adquisición.
¿Cómo se compró ese carro? Ya lo acoté¨:
trabajando, y no de buenas a primera. Antes tuvo un carrito, luego otro, y
luego otro, y así, poco a poco, llegó a tener éste, que es el mejor que ha
tenido hasta el momento. Este señor no es adepto al gobierno, nunca lo ha sido.
Pues bien, el día de las elecciones, aquella señora va y pone un afiche enorme
—pero realmente enorme— del Presidente Chávez (del candidato Chávez) en toda la
fachada de la casa que comparte con otras familias, entre ellas, la de su
hermano. El hermano, nuestro enfermero, al ver que su hermana ha puesto, sin
consultar, un afiche inmenso del Presidente en la casa que a ambos pertenece,
se enoja y raya el afiche con un cuchillo en un ataque de furia. Es verdad, no
es el mejor comportamiento del mundo, pero este señor ya está más que harto. La
hermana, al darse cuenta de aquello, arma todo un escándalo y, enrojecida y
justiciera, entra en su casa, toma unas tijeras y corre al estacionamiento de
la casa, donde el único carro es el del hermano. ¿Qué hace la señora? Pues le
pasa la tijera a todo el carro. Por supuesto, en esa casa que alguna vez una
señora lograra con mucho esfuerzo, en esa casa, los dos hermanos se han
declarado una guerra casi a muerte. Él dice que va a demandar a su hermana, y
hasta a la policía acudió. Ella dice que no le interesa nada, que con su Presidente
nadie se mete. Gritos e insultos van y vienen. La pintura del carro saldrá como
en 7000 bolívares, la hermana vocifera que no pagará nada. Y una vez más, van y
vienen los gritos y los insultos. No hay calma, no se ve una posible salida.
¿Quién cree usted que sea el culpable de todo esto? ¿Quién, sobre todo, podrá
calmar estos ánimos?
(No es un cuento, por cierto. Es real.)
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